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Cada vez son más las compañías con sólidos ratios financieros que se plantean la conveniencia de diversificar sus fuentes de financiación, ante el proceso de concentración bancaria que hemos vivido en los últimos años y la ralentización de la economía que es ya una realidad.
Dentro de este contexto, e impulsado, sin duda, por el entorno de bajos tipos de interés en que nos encontramos, es cada vez más visible la aparición de nuevas fuentes de financiación “alternativa” que debieran complementar, nunca sustituir, a la financiación bancaria tradicional.
Nos estamos refiriendo a numerosas “fintech”, compañías o fondos de “direct lending”, entidades especializadas en la financiación de activos –”asset finance”- y fondos de inversión especializados en financiación “mezzanine”.
Todos ellos, como norma general, financian a las empresas a un tipo de interés superior al de la banca tradicional, por lo que la pregunta que cualquier director financiero se hace es “¿por qué diversificar mis fuentes de financiación hacia este tipo de proveedores financieros si voy a encarecer mi coste de financiación?”: desde luego que si el objetivo es minimizar los gastos financieros ello no es compatible, pero si el objetivo es asegurar la financiación de la compañía ante posibles entornos adversos, es una decisión muy apropiada. Es más, estamos viendo cómo son ya las propias entidades financieras las que firman acuerdos de colaboración con algunos de estos proveedores financieros, o incluso los están promoviendo, para que complementen la financiación de sus clientes.
El “mundo financiero” está cambiando de forma vertiginosa, la oferta de dinero ya no es monopolio de los bancos y las empresas deben abrirse a este nuevo “mundo financiero”.