Si nuestra economía necesita una recuperación lo más rápida posible, uno de los principales focos de atención, y de medidas, debiera ser la reactivación e impulso de nuestras exportaciones: en el 2019 fueron más de 200 mil las empresas que exportaron y lo hicieron por un volumen de más de 290 mil millones de euros.
En el mes de abril de 2020, el dato de exportaciones de mercancías registró una reducción del 39,3% respecto al mismo mes del año anterior, % que representa una caída de unos 10 mil millones de euros en el mes.
Este % de descenso fue superior al experimentado por la zona euro (-30,6%) y la Unión Europea (-30,5%).
A nivel de sectores, destacó el incremento de la alimentación y la caída generalizada del resto de sectores. Si analizamos los diferentes subsectores, podemos reseñar lo siguiente:
Nuestra recuperación dependerá en gran medida de la reactivación de nuestras exportaciones y serían interesantes planes sectoriales para ello.
La crisis del 2008 se inició con una crisis de crédito e inmobiliaria que desencadenó una crisis bancaria que llevó a las entidades financieras a restringir el crédito a un sector empresarial que, debido a su elevado endeudamiento, no pudo atender sus obligaciones.
Sin embargo, la realidad actual es distinta: el sistema bancario está en otra situación, el BCE ha reaccionado de forma mucho más contundente de lo que lo hizo en la crisis anterior y nuestras empresas tienen un endeudamiento muy inferior. No obstante, no debemos confiarnos hablando de recuperaciones en forma de “V”, dado que hay riesgos que en la crisis anterior no teníamos y ahora sí y, además, hay factores “propagadores” de la crisis que podrían activarse, de nuevo, y llevarnos a un escenario económico en forma de “L”.
Entre los riesgos que tenemos en el escenario actual queremos destacar el hecho de que todos los países de nuestro entorno están sufriendo la crisis como nosotros, de forma que el sector exterior no va a ser el “driver” de crecimiento que tuvimos en la anterior crisis. Y entre los factores “propagadores” tenemos que hacer especial mención a los impagos que irán llegando al sistema: el Ministro de Justicia advirtió ya hace unas semanas del “alud” de concursos de acreedores que se esperan.
Por todo ello hay que actuar ya, y necesitamos pasar de las medidas para la “hibernación” a las medidas para la reactivación, la “V” no es automática, sino que requiere medidas concretas. Estas medidas debieran girar en torno a 3 grandes objetivos:
1) En primer lugar minimizar el desempleo, lo cual sólo se consigue dando confianza y certidumbre a los agentes empresariales nacionales y extranjeros (necesitamos la inversión exterior)…, justo lo contrario de lo que ha pasado en estas últimas semanas.
2) En segundo lugar canalizar adecuadamente la inversión y el gasto públicos hacia la economía real, con planes claros de reactivación para aquellos sectores y agentes que son realmente estratégicos para nuestra recuperación.
3) En tercer lugar, velar por el acceso a la financiación de los agentes empresariales, sobre todo de las pymes y los autónomos, complementando a la banca.
El debate ahora no debe ser el político/ideológico, sino el económico, y el reloj está ya en marcha.
El escenario actual supone un enorme “test de stress” para nuestro tejido empresarial: en este sentido, queremos poner de manifiesto que si bien a corto plazo las compañías están financiando las pérdidas acarreadas por el escenario del Covid-19, a medio plazo, estas pérdidas deberán “cubrirse”, desde el punto de vista patrimonial, de alguna manera, más allá de cómo se hayan financiado.
Tras realizar un análisis “aleatorio” con una muestra de 5.000 empresas con beneficio y que facturaron, según la última información pública, entre 500 mil y 5.000 miles de euros, hemos calculado el impacto que tendría en sus resultados, teniendo en cuenta sus estructura de costes, una caída en sus ventas de 1/3, obteniendo los siguientes resultados:
Con ello queremos significar que serán muchas las compañías que necesitarán capitalizarse, si no consiguen mitigar de forma inmediata las pérdidas del Covid-19 con estrategias de optimización de costes e incremento de la rentabilidad.
Cada vez son más las compañías con sólidos ratios financieros que se plantean la conveniencia de diversificar sus fuentes de financiación, ante el proceso de concentración bancaria que hemos vivido en los últimos años y la ralentización de la economía que es ya una realidad.
Dentro de este contexto, e impulsado, sin duda, por el entorno de bajos tipos de interés en que nos encontramos, es cada vez más visible la aparición de nuevas fuentes de financiación “alternativa” que debieran complementar, nunca sustituir, a la financiación bancaria tradicional.
Nos estamos refiriendo a numerosas “fintech”, compañías o fondos de “direct lending”, entidades especializadas en la financiación de activos –”asset finance”- y fondos de inversión especializados en financiación “mezzanine”.
Todos ellos, como norma general, financian a las empresas a un tipo de interés superior al de la banca tradicional, por lo que la pregunta que cualquier director financiero se hace es “¿por qué diversificar mis fuentes de financiación hacia este tipo de proveedores financieros si voy a encarecer mi coste de financiación?”: desde luego que si el objetivo es minimizar los gastos financieros ello no es compatible, pero si el objetivo es asegurar la financiación de la compañía ante posibles entornos adversos, es una decisión muy apropiada. Es más, estamos viendo cómo son ya las propias entidades financieras las que firman acuerdos de colaboración con algunos de estos proveedores financieros, o incluso los están promoviendo, para que complementen la financiación de sus clientes.
El “mundo financiero” está cambiando de forma vertiginosa, la oferta de dinero ya no es monopolio de los bancos y las empresas deben abrirse a este nuevo “mundo financiero”.